lunes, 9 de noviembre de 2009
ODA A LA CRITICA...
yo escribí cinco versos: uno verde,
otro era un pan redondo,
el tercero una casa levantándose,
el cuarto era un anillo,
el quinto verso era
corto como un relámpago
y al escribirlo
me dejó en la razón su quemadura.
Y bien, los hombres, las mujeres,
vinieron y tomaron
la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera
y con tan poca cosa
construyeron
paredes, pisos, sueños,
En una línea de mi poesía
secaron ropa al viento.
Comieron mis palabras,
las guardaron
junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado.
Entonces, llegó un crítico mudo
y otro lleno de lenguas,
y otros, otros llegaron
ciegos o llenos de ojos,
elegantes algunos
como claveles con zapatos rojos,
otros estrictamente
vestidos de cadáveres,
algunos partidarios
del rey y su elevada monarquía,
otros se habían
enredado en la frente
de Marx y pataleaban en su barba,
otros eran ingleses,
y entre todos se lanzaron
con dientes y cuchillos,
con diccionarios y
otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron
a distupar mi pobre poesía
a las sencillas gentes
que la amaban:
y la hicieron embudos,
la enrollaron,
la sujetaron con cien alfileres,
la cubrieron con polvo de esqueleto,
la llenaron de tinta,
la escupieron con suave
benignidad de gatos,
la destinaron a envolver relojes,
la protegieron y la condenaron,
le arrimaron petróleo,
le dedicaron húmedos tratados,
la cocieron con leche,
le agregaron pequeñas piedrecitas,
fueron borrándole vocales,
fueron matándole
sílabas y suspiros,
la arrugaron e hicieron
un pequeño paquete
que destinaron cuidadosamente
a sus desvanes, a sus cementerios,
luego se retiraron uno a uno
enfurecidos hasta la locura.
Porque no fui bastante
popular para ellos
o impregnados de
dulce menosprecio
por mi ordinaria falta de tinieblas,
se retiraron todos y entonces,
otra vez, junto a mi poesía
volvieron a vivir
mujeres y hombres,
de hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz
y en el amor unieron relámpago y anillo.
Y ahora, perdonadme, señores,
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla.
viernes, 6 de noviembre de 2009
Sabineando...
Esta es la canción
de los zapatos rotos, de la gente del montón,
la foto de carné
de cualquier hombre, de cualquier mujer.
La carambola
que casi salió,
la procesión
del Cristo del furgón
de cola.
Ley de los sin ley,
rueda de peones para darle jaque al rey.
El bar
de la estación
es un hogar
para mi corazón.
Y las mujeres
miran y no ven
al forastero que no tiene quien
lo espere.
Y el cielo es una plancha
de hormigón,
un animal con gafas
solo ante el televisor,
un docudrama
que termina mal,
un ángel que delira
en una cama
de hospital,
cantándole a la luna
la canción de cuna
de la noche y los tejados.
Carne de cañón,
Sancho y Don Quijote, Mortadelo y Filemón,
tienda toda a cien,
pagas dos besos…y te llevas tres.
Cuatro caminos tiene el porvenir,
si me equivoco, se equivoca mi
destino.
Y el mar es una especie
en extinción,
un barco a la deriva,
una lágrima de ron,
un docudrama
que termina mal,
un ángel que delira
en una cama
de hospital,
cantándole a la luna
la canción de cuna
de la noche y los tejados.